viernes, 11 de marzo de 2016

DE VISITA POR LARRÁNGOZ - VALLE DE LÓNGUIDA - NAVARRA

DE VISITA POR LARRÁNGOZ – VALLE DE LÓNGUIDA – NAVARRA

Por Simeón Hidalgo Valencia (11 de Marzo de 2016)

Una vez más me he acercado por el despoblado Larrángoz, acompañado en esta ocasión, por mi amiga y compañera Marta, de la Asociación Grupo Valle de Izagaonda, pues no lo conocía. 

Después de visitar Santa María de Arce y de pasar un buen rato recuperando fuerzas en el restaurante Ekai decidimos acercarnos hasta este lugar del Valle de Lónguida, hoy día despoblado, que tiene una magia especial para quien sea medianamente aventurero, pues para llegar hasta él se ha de cruzar el balanceante puente colgante, uno de los pocos que se mantiene activo hasta el momento, aunque ya esté un poco achacoso como todo lo que en Larrángoz nos espera.

En la ladera de la sierra de Gongolaz se aprecia un punto blanco con cierta nitidez, pero todo lo demás aparece camuflado entre la vegetación. Palacio e iglesia son una jungla, aunque a esta última se la ha desvestido en parte de la vegetación que la ocultaba casi por completo. 

Un paseo bordeado por los campos y el río Irati nos lleva al primitivo camino empinado que conduce al pueblo. En lo alto dos esqueletos invernales nos invitan a unirnos a la danza macabra del paso del tiempo. Uno recobrará la vida, ahora aletargada. Otro seguirá su camino a la plena corrupción. Los dos me llaman y me atraen. El roble de la vida que renacerá con la primavera y la antigua iglesia dedicada a San Bartolomé, desollada como él, aguanta todavía en pie, pero la cubierta de su torre ya ha cedido.

Vida y muerte. Ilusión y fracaso. Esperanza y derrota. Altivez y humillación. Es el juego de la Historia que me resisto a reconocer, pero la evidencia de un tiempo que fue vida y ahora muerte se me impone. La obra de los humanos desaparece ante su propia desidia y abandono.

Tiempos alegres llenos de vida dejan paso al silencio violado de los muertos, pues ni a los muertos, a pesar de su soledad, los dejamos descansar en su propia tierra donde, no hace mucho, cuidaron de ella. 

Una pizca de esperanza todavía queda para que algo se conserve de su Historia, pero ¿para qué molestarse si la Naturaleza es más sabia que los humanos y, terca ella, reclama para sí lo que suyo es? Alguien, como yo, se resiste a que desaparezca y ha cortado los troncos de la hiedra que la asfixia. Su rostro aparece ante el visitante. 

Alguien apuntaló su puerta y la cerró para mejor conservarla y el visitante la forzó con la fuerza bruta de su mental ariete y ahí está besando el suelo impenitente. 
Ni el Señor caballero de Larrángoz que la levantó de la nada cumpliendo su promesa al regresar de las cruzadas, ni el águila cetrera de su escudo nobiliario han podido resistir, pues son muertos vivientes que vigilan descabezados.


Y lo que se ve en su interior es desolador. Ruinas. Humedades. Signos de movimiento peligroso en bóveda y arco coral. Tumbas abiertas. Sacristía desecha. Pila bautismal desde hace tiempo por el suelo. Peligro. Vergüenza. Patrimonio de Navarra abandonado a su suerte. Siglos de vida expoliados.  



¿Quién se preocupa de esta iglesia?
¿Su dueño legal pasa de ella?
¿Se lavará las manos cuando haya un percance indeseable?

Al exterior, alguien nos mira desde la ventana de la verde torre palaciega. Sigue aún en pie pero ya se ha rasgado en su muro norte. Montoneras de piedras desmembradas, antiguamente hogares llenos de vida, forman las calles de este lugar. Su romántica belleza se recoge por las cámaras y las instantáneas sirven para demostrar la propia dejadez. 



Enésima vez que he acudido a Larrángoz y esta vez está peor que nunca.

Resignación. No queda otra.

¿No queda otra?
¿No hay alguna solución?
¿No es esto un expolio del Patrimonio Cultural de Navarra por dejación?

¿Al menos no se puede salvar la portada de San Bartolomé de Larrángoz  en un futuro “Museo de los Despoblados”? 

Mucho me temo que lo único que volverá a la vida en este lugar será el roble que me ha dado la bienvenida y que ahora, estoicamente, me dice:


-Hasta la próxima, Simeón y que alguien te escuche.

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